Escribe: Pedro Casusol

Todo empezó con una llanta. Era 1997, época convulsionada por huelgas y protestas. Faltaba poco para la caída de Alberto Fujimori y el humo negro del caucho era pan de cada día. Cecilia Borasino, entonces de veintiséis años, le impactó ver eso en televisión, en la calles, en las carreteras. Para ella una llanta siempre fue un símbolo de acción, de no detenerse. Pero una llanta ardiendo, destruída, quieta en medio del caos, deja de ser útil. Es una cosa que estorba, que no avanza, que ha perdido su propósito.  

«La llanta tenía que ver mucho con la búsqueda de mi identidad», comenta la bailarina. Estamos en la cafetería de la Escuela de Arte Corriente Alterna. La ciudad se prepara para otro Día de San Valentín. La gente llena las calles; el tráfico es un estruendo de bocinas impacientes. Cecilia Borasino, con la tranquilidad de un ave en reposo, guarda silencio. Es guapa, tiene ojos vivaces y una larga cabellera negra. Viste un conjunto deportivo color vino y observa con disimulo el patio, donde se llevará a cabo Trenzando, performance creada por la artista Sheila Alvarado en la que Cecilia, junto a otras artistas jóvenes de su generación, danzará en el marco de la campaña Un Billón de Pie, evento creado tomar consciencia sobre el maltrato que sufren las mujeres en todo el planeta.

Cecilia borasino en danza lima, 1997.

En un par de horas Cecilia Borasino se transformará en un animal salvaje. Pero mientras la tarde cae y el sol se esconde entre los edificios, se toma unos minutos para contar su historia. Dice que estudió ballet desde los cinco años, que a los doce se fue de intercambio y que lo dejó para retomarlo a los dieciocho cuando decidió hacer danza moderna en la universidad. Que iba a ser un hobby, algo paralelo a la carrera de psicología que había empezado a estudiar. Que nunca pensó hacer lo que ahora hace.

Hasta que se dio cuenta que pasaría el resto de su vida sentada en un sillón. «La simple idea me aterrorizaba», comenta. Cecilia necesita estar en movimiento, de lo contrario se convierte en una llanta abandonada. Un rezago del sistema. Durante la universidad, Cecilia iba todos los días a la biblioteca del Instituto Goethe, donde había gran cantidad de material sobre danza. Podía pasar ahí horas, días, semanas. Leía libros, miraba vídeos, planeaba con una amiga sus futuras coreografías. Todo era material propicio para la danza. Filosofía, astronomía, mitología. Stephen Hawking y los agujeros negros.

«Lo hacía porque sentía que nada me gustaba –recuerda–. Era una época muy rara. Ahora lo cuento y parece divertido, pero yo vivía muy triste, sufría muchísimo. No lograba empatar las cosas. Estudiaba psicología, pero la danza era mi pasión. Eso me mueve, pensaba. Me hace sentir viva».

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Sucede que la ciencia tiende a separar la mente y el cuerpo. Pero Cecilia Borasino, con la experiencia que había adquirido en sus años de danza, sentía que no podía ser cierto. Mientras ella bailaba, venían a su cabeza una serie de motivos, emociones, ideas, pensamientos, frases. Se preguntaba entonces: ¿Qué hay con esto que siento y pienso? ¿De dónde viene todo eso entonces? Así empezó a interesarse en la danza-terapia.  

cecilia en su taller en chorrillos, 1998.

Al principio, vio las técnicas de sanación a través del movimiento como algo bonito, pero también como muy hippie, new age. Estaba acostumbrada a ser científica, racional, empírica. «Bacán toda esta onda de nos movemos así, y nos sentimos bien y somos felices –reflexionaba–. Pero, ¿por qué? ¿Qué está pasando en nuestro cuerpo? ¿Por qué bailar nos genera bienestar y placer?».

Cecilia estaba en la universidad cuando escuchó hablar por primera vez del Movimiento Auténtico. Se trata de una terapia creada por Mary Whitehouse, quien a inicios de la década de los sesentas usó algunos postulados del psicoanálisis para establecer un diálogo entre el movimiento del cuerpo, las emociones y las sensaciones físicas. Whitehouse empezó a trabajar este tipo de terapia con sus alumnos de danza, quienes habían perdido la conexión entre el movimiento y sus emociones. Cuando Cecilia escuchó esta historia, se sintió identificada. Hasta ese entonces, la danza para ella era solo una disciplina, un arte. Entonces empezó a investigar. Pasó por la anatomía, el yoga, el Pilates. Se dedicó a dar clases de danza solo para solventar más clases de danza para sí misma. A sus profesoras las interrogaba. Le robaba tiempo a sus horas de psicología e investigación. Entonces las cosas empezaron a cobrar sentido. Cecilia viajó a Europa y a Estados Unidos, buscando entender mejor la forma en la que el movimiento podía curar. Pero la gran revelación llegaría más tarde, sin buscarla.

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Cecilia Borasino dice que sintió el llamado de la naturaleza a los 31 años. Durante su carrera como bailarina profesional, había elaborado muchas coreografías que trataban el tema de la feminidad. Siempre creyó que las mujeres están en contacto con los ciclos de la tierra, que entienden mejor la forma en la que se mueven los astros. «Las mujeres somos diosas –se dijo a sí misma–, podemos crear vida».  

performance "sirena", 2010.

En esa época también decidió que quería ser madre. Si bien nunca antes había pensado seriamente en ello, ahora la maternidad la llenaba de alegría. Durante su embrazo, Cecilia sintió que mente y cuerpo eran elementos en constante movimiento y armonía. Un tiempo en que, a decir de ella, se sintió vaca, elefante, yegua, ballena. En comunión con todos los mamíferos del mundo, sintonizados en un mismo acontecimiento orgánico.

Cuando nació su hija, Cecilia tuvo otro descubrimiento: antes de las palabras está el movimiento. Para ella ser madre contiene una sabiduría ancestral que se remonta a los tiempos de las tribus antiguas, cuando no existía el lenguaje. «¿Cómo te comunicas con un bebé recién nacido? Pues con el cuerpo. Empecé a comunicarme con mi hija a través del movimiento. Así entendí por el vínculo que existe entre mente y cuerpo», explica la bailarina.

Un año después de convertirse en madre, Cecilia Borasino regresó a la universidad para terminar su carrera. Hizo su tesis sobre la psicología del vínculo, luego de trabajar durante cuatro años en un hogar para madres adolescentes, donde pudo aplicar los ejercicios que había estado haciendo ella misma durante su embarazo.

cecilia borasino en "atmósfera".

En 2008 fundó su propio Centro de Terapias de Movimiento Atmósfera, donde imparte talleres de danza, pilates, movimiento auténtico y otras disciplinas del cuerpo. «Los avances de la neurociencia, en los últimos años, ha reforzado todas estas ideas que ya se tenían sobre la conexión entre cuerpo, mente y espíritu», dice la bailarina, mientras se prepara para la performance Trenzando. Ahora más que nunca, Cecilia está convencida de que aquello que la medicina antigua llamaba ‘energía’ existe.

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Cecilia Borasino trabaja con terapias del cuerpo que funcionan como una sesión de psicoanálisis. Se basan en la premisa de que el movimiento genera emociones. Puede ser el recuerdo de algún momento de tu vida, un pensamiento, una imagen, una palabra, un paisaje. Estar en posición fetal, por ejemplo, nos puede remitir a los nueve meses que pasamos en el vientre de nuestra madre. 

Los problemas, además, se alojan en determinadas zonas del cuerpo. Con sus pacientes, Cecilia trabaja liberando la energía estancada. «El estómago está relacionado al miedo; el útero, al autoestima de la mujer –explica–. Hay que sacar lo que nos hace daño, dejarlo vacío, observarlo y descubrir qué es lo que vamos a poner».

Cambio, mudanza, transformación.

Al final, dice Cecilia, todo trata sobre movimiento.

Desde que estrenó LA LLANTA, a mitad de los noventas, Cecilia no ha dejado de escribir, dirigir y protagonizar sus propias coreografías. El año 2012 presentó LA TERCERA MUJER, una puesta en escena con la que nos invita a la reflexión en torno a la feminidad en sus diversas etapas: la inocencia, la maternidad, el amor pleno y el desarraigo.

arte de la performance "trenzando", 2013.

Siendo la feminidad uno de los ejes centrales de sus coreografías, no es raro que haya sido convocada para liderar a las bailarinas de Trenzando. Por eso ahora Cecilia Borasino se encuentra escondida en un capullo, justo al centro del patio, rodeada de otras mujeres. Alrededor suyo, varias artistas se trenzan una a la otra el cabello.

Luego sale la comparsa de percusión de mujeres, uniformadas con polos color violeta, tocando tambores, bombos y tarolas. Entonces sucede. Todos somos poseídos por un espíritu pagano. Ante mis ojos, Cecilia se convierte en una guerrera amazona. Se mueve por el patio con la agilidad de un puma.

La escena es tribal, primitiva, salvaje.

Días más tarde, Cecilia me explicará lo que sucedió esa noche. «En ese momento la tierra vibraba –me dirá–. Al mismo tiempo, en todas partes del mundo, muchas mujeres estaban haciendo algo parecido. Unirse para transformar al planeta».

Llámenlo histeria colectiva, psicosis en masa, como quieran. Para Cecilia Borasino es el poder de la danza. Nada más. 

(Este texto fue editado originalmente por Joseph Zárate. Una versión posterior fue publicada en la revista Asia Sur, en marzo de 2013).

Sobre la retrospectiva de danza:

Cecilia Borasino, junto al bailarín José Ruiz Subauste, presentará una reposición de sus obras en el Teatro de Yuyachkani. Se trata de las obras "Anónimos" y "Ejercicios para evitar el sueño", además de dos clases maestras de danza, a cargo de Cecilia Borasino, y una serie de conversatorios. 

Para más información, llamar al teléfono: 263-4484, o escribir al correo: yuyachkani@yuyachkani.com.  

Algunas imágenes de "Anónimos" y "Ejercicios para evitar el sueño":

"anónimos".

"anónimos".

"ejercicios para evitar el sueño".

"ejercicios para evitar el sueño".