El año 2020 inició en Chile con una nueva protesta de los estudiantes de secundaria, quienes sabotearon la toma de su Prueba de Selección Universitaria (PSU, una suerte de examen de admisión general para todas las universidades importantes del país) por considerarla “discriminadora y segregadora”. La protesta se dio en los colegios donde se rendía la prueba y acabó con el examen de Historia filtrado, lo que produjo que todo el proceso se cancelara. Se trata de un nuevo frente de batalla en una guerra que ha transformado al país desde el pasado 18 de octubre 

En una reciente visita a la capital chilena se puede constatar que la transformación responde más a un cambio en la conciencia que a un sentido estético. Los monumentos han sido cubiertos con pintas y afiches, los ojos de las estatuas lloran sangre y algunos negocios permanecen cerrados, grandes planchas de hierro cubren sus fachadas. Cualquier sicólogo diría que es la manifestación del inconsciente colectivo, un fenómeno que se incrementa conforme vamos llegando a la zona cero, la Plaza de la Dignidad, centro neurálgico de las movilizaciones y espacio simbólico de esta guerra.

A. C. A. B.: ALL COPS ARE BASTARDS.

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Santiago de Chile, antes considerada un modelo de centro urbano ordenado y limpio, hoy ha sufrido una metamorfosis. Ya hacia finales de octubre un informe de la BBC daba cuenta de las pintas en las paredes, las consignas que son repetidas hasta hoy como ejes de la movilización: Chile despertó, Renuncia Piñera, A. C. A. B., que es el acrónimo de All Cops Are Bastards, una herencia de los hooligans.  

Un paseo por la Alameda del Libertador puede terminar con un guanaco −así llaman aquí al rochabús y al siniestro tanque que esparce gas lacrimógeno− en una violenta batalla campal con un encapuchado −nombre que recibe el manifestante que va en primera línea, luchando cuerpo a cuerpo con las máquinas de la represión. El sentimiento, en general, es el de una ciudad sitiada que vive una guerra de baja intensidad.

La respuesta del gobierno de Piñera, desde el momento en que inició la crisis, hizo sonreír al cadáver de Pinochet. Sacó a las Fuerzas Armadas y declaró la guerra. El poeta Bruno Montané, quien radica desde hace varias décadas en España, regresó a su natal Chile poco antes de que estallara la crisis. Un día asomó la cabeza por la ventana, cerca al cerro Santa Lucía, y vio a los milicos en la calle: “Han pasado 45 años y todo sigue igual”, dijo en un recital. El fantasma de Pinochet se pasea (y se divierte) por Chile.

El país sigue viviendo, como presa de un hechizo, la misma tarde interminable en que las estaciones del Metro de Santiago ardieron y hombres y mujeres fueron asesinados y torturados. Una siniestra pesadilla de la que nadie puede despertar. Cuando el Estado utiliza el monopolio de la violencia contra su propio pueblo, se rompen todas las reglas. En diciembre, a dos meses del estallido, las cifras oficiales daban cuenta de 30 muertos. Otra cifra, tal vez la más siniestra de la represión de Piñera, da cuenta de 359 personas con pérdida ocular. Los carabineros tiran bombas lacrimógenas y proyectiles a la cara de los manifestantes. Hay querellas por homicidio, homicidio frustrado, violencia sexual, torturas, tratos crueles y lesiones. En una reunión social en Santiago, Oscar Saavedra, poeta y editor chileno, me explicó algo evidente: “No puedes salir y declarar la guerra. Los pacos no tienen ética de guerra”.

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La Alameda del Libertador, la gran avenida que parte Santiago en dos y que atraviesa el centro de la ciudad, se encuentra hoy rodeada de las “rejas papales”, es decir, las rejas que cubrieron la avenida por la llegada del papa Francisco. Es parte de la metamorfosis que sufre la ciudad, una capital que “ha regresado a América Latina”, como no dejan de repetir los economistas en los medios.  

"MUTILAR A ALGUIEN PORQUE PIENSA DISTINTO ES UN ACTO TERRORISTA".


“Mutilar a alguien porque piensa distinto es un acto terrorista”, dice un hombre con un megáfono en la Alameda, en una marcha que tuvo lugar el 18 de diciembre pasado. Aquella comitiva pasó por la Biblioteca Nacional de Chile, ese enorme edificio neoclásico hoy cubierto de pintas, grafitis y una banderola roja colgada entre sus columnas, donde se unió otro grupo con carteles y banderas mapuches. Lo mismo ocurrió en el Centro Gabriela Mistral, a unos metros de la Plaza de la Dignidad. En las veredas del cerro Santa Lucía, los jóvenes vendían pañoletas rojas y pines del Negro Matapacos, símbolo de la protesta. Casi llegando a la zona cero, rodeado de bodegas clausuradas y un sol que hiere la piel, alcanzamos a ver a un grupo de jóvenes que corre en dirección opuesta. Son los encapuchados de la primera línea huyendo de los guanacos. Una densa neblina cubre el campo de batalla. Los encapuchados contraatacan con piedras y palos.

Las marchas son los lunes, miércoles y viernes, todas las semanas, siendo la más grande la de los viernes. Esto me lo explica Rodrigo Olavarría, poeta y traductor que funge de mi Virgilio en este particular infierno. En Valparaíso me enseña los comercios cerrados, la vereda destruida por las protestas, las estrechas calles cerca de la Plaza Sotomayor, todas pintadas de mensajes y grafitis. Valparaíso es otra ciudad que se organiza para la lucha y sus paredes gritan. Recordemos que en el antiguo centro portuario está la sede del Congreso, por lo que la protesta puede volverse más encarnizada. En una esquina, Rodrigo me explica que, durante las marchas, los manifestantes llegan con picos para romper la vereda y lanzan pedazos de cemento contra los carabineros.

Desde que estalló la crisis, confiesa, sus actividades están ligadas a ella. Es decir que en lugar de dedicarse a las traducciones con las que se gana la vida, se involucró en grupos y colectivos. Uno de ellos es SM Apoyo Mutuo, un grupo dedicado a la coordinación de los primeros auxilios en el marco de las protestas. Recolectan víveres, alcohol, vendas, todo lo que llevan los botiquines de emergencia. Comparten sugerencias y precauciones a la hora de marchar y en sus talleres crean implementos para la lucha. Ya armaron prototipos de lo que han llamado “escucho chileno”, láminas transparentes portables y modulares, capaces de resistir los impactos de las lacrimógenas y de formar círculos de seguridad para atender a los heridos.

"PAREMAN", NEW CHILENEAN SUPERHERO.


En su casa, en el barrio santiaguino de Ñuñoa, conversamos de la lucha y de la Plaza de la Dignidad. A Rodrigo le llegan mensajes en donde muestran imágenes, interminables filas de carabineros ocupan puestos estratégicos en la zona cero. Van llegando poco a poco, en motos, camionetas y guanacos. Desde que se iniciaron las protestas, hace ya casi tres meses, la zona cero se ha vuelto el motín de la lucha. Los manifestantes buscan llegar a la Plaza y los carabineros los atacan. Carlos Cardani, poeta y dueño de la librería Pedaleo, me mostró una página web que transmite en vivo, sin interrupción, desde lo alto de un edificio de la zona cero, un plano panorámico de la Plaza. Solo basta entrar a la siguiente dirección: www.galeriacima.cl para tener una visión, en directo, de todo lo que ocurre en ese espacio simbólico.

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Subimos a un taxi y vamos a la Plaza de la Dignidad. Es viernes. Hay un inmenso atracón justo entrando a la Alameda, donde se ha establecido la primera línea de batalla. Cientos de carabineros están desplegados. Sus camionetas, estacionadas junto a las veredas, ocupan cuadras enteras. Rodrigo lo filma con su celular y en un momento me lo pasa, para que grabe desde la ventana trasera del taxi. A mi lado, un encapuchado sostiene una bandera mapuche y se enfrenta cuerpo a cuerpo con el guanaco, exponiéndose a que lo bañen en agua cáustica.  

PROTOTIPO DE "ESCUDO CHILENO" IDEADO POR SM APOYO MUTUO.


La protesta en Chile, sin embargo, no es algo nuevo. Lo que hoy ha estallado en el país que fue la cuna del neoliberalismo tiene su verdadera raíz en protestas anteriores, como la que buscaba defender el patrimonio natural de las transnacionales; o cuando en 2006 los estudiantes de secundaria salieron a reclamar una educación pública de calidad; cada manifestación contra las AFP o contra la represión del pueblo Mapuche. Lo cierto es que la gran marcha del 25 de octubre, que congregó a un millón y medio de personas en el centro de la ciudad, elevó la discusión a niveles insospechados, dirigiéndolo todo hacia una Asamblea constituyente que no verá la paz hasta que Piñera renuncie.

−Asamblea destituyente −le gusta decir a Rodrigo.

Marx dijo que las revoluciones son las fiestas de los oprimidos. Creo que algo hay de eso en las protestas de Santiago. Nos lo confirma un taxista esa noche, cuando salgo con mi familia a buscar algún restaurant abierto en Providencia y un guanaco baña de agua el automóvil, sorteamos calles bloqueadas por los manifestantes y el picor de los gases lacrimógenos sube por nuestras gargantas. Las marchas de los viernes ya son parte del “panorama”, como llaman aquí a los planes nocturnos de fin de semana. En lugar de ir a un bar, hagamos una barricada. Entonces la gente se organiza en redes, los pacos salen a matar y todo se repite en un mismo octubre interminable.

Hoy los estudiantes escolares le recuerdan al mundo entero que ellos son parte medular de las protestas. A 80 días del estallido social, los jóvenes volvieron a poner contra la pared a la institucionalidad de un país con manifestaciones que han dejado al menos 81 detenidos y que obligaron a suspender la PSU. “No queremos más pruebas segregadoras que ponen nuestro futuro en manos del mercado y del negocio de la educación”, es la consigna que repiten con la misma firmeza con que hace unos meses las alumnas del Liceo 1 de Santiago empezaron a evadir el Metro, tras el alza de 30 pesos que inició todo. De repente una chica saltó, luego otra chica saltó, y como el aletear de una mariposa en la teoría del caos, ese simple acto arrasó todo.

Publicado originalmente en Hildebrandt en sus trece.