Paulo César Peña recita en voz alta, frente a un restaurante Norky's, un artículo de Sebastián Salazar Bondy. Es de aquellos que escribía en la década de 1950 para La Prensa, el diario conservador de Pedro Beltrán. Estamos parados a unos metros de su antiguo local, un edificio amarillo que hoy es una tienda Bata. El Jirón de la Unión, como siempre, es un río incontenible. Las personas que pasan por ahí miran a Paulo como uno de esos espectáculos raros que ofrece la avenida. Alguno que otro transeúnte se detiene a mirar y se une fugazmente a nuestro grupo, un círculo de diez o doce personas que tratamos de escuchar lo que dice Paulo a pesar de la bulla.  

Es 18 de enero, la ciudad cumple años y la tarde ha transcurrido fresca, nublada, con un conato de garúa a eso de las 5:00 p.m. Estamos en una de las “peregrinaciones literarias” que organiza el colectivo Río Hablador, del que Paulo forma parte. La ruta que hacemos hoy está dedicada a Sebastián Salazar Bondy, un escritor fundamental y al mismo tiempo relegado por la desidia de nuestro medio cultural. Fue el intelectual que escribió sobre nuestra ciudad, el que teorizó sobre la Arcadia Colonial, esa Lima mofletuda que ya no existe. Poeta, periodista, dramaturgo, escritor, era el hombre orquesta de la cultura peruana hasta que un mal hepático se lo llevó a los 41 años.

El punto de encuentro es la Plaza de la Democracia, los metros cuadrados donde antes se erigía el edificio del Banco de la Nación que fue quemado por infiltrados del gobierno durante la marcha de los Cuatro Suyos. Los que nos reunimos ahí somos desconocidos entre nosotros. Para romper el hielo, Paulo nos lee un poema de Salazar Bondy:

Hombres y mujeres que me ofrecen su compañía

sin conocer mi voz ni haber pronunciado mi nombre,

solo porque entre ellos soy uno que celebra

cómo la vida nos reúne en una misma estación…

El poema se llama “Paseo” y eso es lo que vamos a hacer ahora. Nuestra primera parada es la calle Corazón de Jesús, hoy la cuadra tres de jirón Apurímac, a solo unos metros de la Plaza de la Democracia y flanqueada por la estación Colmena del Metropolitano. Es la cuadra donde nació Salazar Bondy, el lugar “…donde ahora/ parece fracasar un taller de mecánica…”, como lo recuerda en su poema “Sombras del origen”. Paulo nos enseña el lugar donde quedaba la casa, una pared roja y una puerta de metal sin nada en particular. “Ahora es una imprenta”, advierte Paulo. Junto a ella, una gran galería llena de puestos que ofrecen impresiones, licores y comida, ocupa el enorme terreno donde antes se ubicaba la casa de Martín Adán, la vieja casona que sus amigos tenían a bien administrar en la peor época dipsómana del autor de Travesía de extramares.

en la calle corazón de jesús, donde nació salazar bondy. Crédito: Nicole Hurtado.

En la esquina nos detenemos en la Plaza Luis Alberto Sánchez, a solo unos metros de la Casona de San Marcos. Sobre la orilla de jirón Azángaro, Paulo habla de la generación del 50. En este barrio vivía Javier Sologuren, el poeta de la editorial La Rama Florida. Mientras Paulo extrae de su mochila libros y un folder con fotografías de época, nos cuenta una anécdota. Cierta vez, un amigo de Sologuren le dijo que en esa cuadra vivía también otro chico que escribía. Más tarde, el timbre de la casa de Jorge Eduardo Eielson sonó y cuando salió a abrir se encontró con el sol del atardecer cayéndole en la cara a Javier Sologuren. 

A unos metros, aún sobre jirón Azángaro, se yergue la Casona de San Marcos, en ese entonces local principal de la Universidad. Paulo nos muestra una foto de Salazar Bondy y Blanca Varela, a quien conoció en los predios de San Marcos. En alguna entrevista, la poeta recordó cierta vez que Sebastián, en el patio de la Universidad, le preguntó si escribía poesía, a lo que ella respondió que tenía algunos textos. “¿Me los puedes enseñar?”, preguntó el joven. Poco a poco, Blanca se vería involucrada en aquel grupo primigenio de lo que sería llamada después la generación del 50, con Sologuren, Eielson, Salazar Bondy y el pintor Fernando de Szyszlo, quien más tarde sería su esposo.

paulo césar peña, miembro del colectivo río hablador. CRÉDITO: NICOLE HURTADO.

Caminamos media cuadra en dirección a la avenida Abancay, donde antes se ubicaba la librería de Juan Mejía Baca. Hacia 1960, este era uno de los focos de la cultura peruana, un lugar en donde se podían encontrar los libros que estaban en boga en cualquier parte del mundo, el sitio al que llegaba Martín Adán buscando refugio. Mejía Baca era además su protector, el que organizaba su economía y publicaba los poemas que el autor de La casa de cartón dejaba regados en papeles sueltos o cajetillas de cigarros desarmadas. Ya no existe gente como Juan Mejía Baca. Paulo nos hace ver que el local donde antes estaba la librería hoy es una cevichería.

Pasamos por la panadería Huérfanos y enrumbamos al Jirón de la Unión. Somos turistas en nuestra propia ciudad. Es un grupo grande, por lo que debemos tener cuidado al cruzar bajo el riesgo de que un taxi colectivo nos atropelle y nos mate, y en las estrechas aceras del centro chocamos constantemente con otros transeúntes. Ya en el Jirón de la Unión tenemos que esforzarnos por escuchar lo que dice Paulo. La gente fluye por ese cause que es el jirón. ¿Qué tanto puede olvidar Lima? Lanzo esta pregunta al aire y es el mismo Salazar Bondy el que ofrece respuesta.

Paulo toma un libro y lee en voz alta un artículo del Señor Gallinazo en donde refuta lo que otro periodista de otro diario escribió “hace solo unos días” sobre la “Lima que se va”: “Los tiempos han cambiado −cambiar es la esencia misma de los tiempos− y puede parodiarse hoy a Heráclito diciendo que no se pasea uno dos veces por el mismo Jirón de la Unión”. Por un minuto me siento menos miserable al mirar el edificio que antes era La Prensa. Vivimos en una ciudad sin memoria porque somos gente sin memoria. Solo algunos proyectos, como Río Hablador, o los eventuales recorridos que organiza la Casa de la Literatura, buscan llenar de memoria esos espacios en blanco que va dejando la ciudad desmemoriada. La ciudad convertida hoy, gracias al progreso entre comillas, en grandes edificios, playas de estacionamiento, centros comerciales. Un día llegaremos de trabajar y nos daremos conque nuestra casa ha sido reemplazada por un Tambo. De alguna forma, creo que Salazar Bondy lo sabía. No por gusto sacó de contexto lo que escribió César Moro en una carta para nombrar al único libro por el que se le mantiene en la memoria nacional: Lima, la horrible.

Publicado originalmente en Hildebrandt en sus trece.

EL RECORRIDO CONCLUYÓ EN LOS PORTALES FRENTE A LA PLAZA SAN MARTÍN. CRÉDITO: NICOLE HURTADO.