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Los parásitos de Bong Joon-ho

Publicado: 2020-02-17

Digamos que la familia se llama Quispe y vive en la periferia. Uno de los Quispe consigue trabajo, ser profesor particular de unos de los hijos de los Brescia −aunque podría ser también de los Miró Quesada, o los Covarrubia o los Rodríguez Pastor− y cuatro veces a la semana tiene que tomar un bus que lo deja en la Molina, en San Isidro o en la parte alta de Surco, esa que da al Golf Los Incas. En fin, casas enormes con jardines amplios, árboles frondosos y diseños costosos. Si esta historia la estuviéramos viendo proyectada en el ecran de una sala, podríamos saber los detalles, comparar exactamente cómo viven, ser los voyeristas de este encuentro social del tercer tipo. Y tal vez porque lo hace con especial maestría, la más reciente película del coreano Bong Joon-ho se ha convertido en un fenómeno mundial. 

En Parasite los Quispe son eso: parásitos. Aquel joven que consiguió trabajar para la familia rica conspira para que todos en su casa se vean beneficiados y consigan un puesto en la mansión. Allá en Corea del Sur que toda una familia pobre trabaje para otra con mucho más dinero debe ser algo poco usual −no como en nuestro Perú, país de chacras y señores−, por ello resulta tan divertido ver cómo se elabora un complejo engaño para que la ama de llaves sea despedida y la mamá pueda entrar a ocupar su puesto. Los parásitos viven además en el subsuelo, en lo que en Seúl llaman “banjiha”: semisótanos construidos durante la Guerra Fría por la amenaza de un ataque químico o nuclear, y que actualmente son ocupadas por familias o jóvenes atraídos por el bajo costo de alquiler. La premisa es una sátira que funciona en distintos niveles: ¿Qué puede salir mal cuando dos clases sociales se encuentran? La respuesta en el capitalismo tardío es simple: una tragedia.

De Bong Joon-ho no es raro esperar un filme con un marcado contenido social. De hecho, sus películas anteriores se caracterizan por retratar la estupidez humana. En Memories of Murder (2003), dos detectives no consiguen atrapar al primer asesino en serie de Corea y en The Host (2006), un científico gringo ordena arrojar cientos de botellas de un líquido tóxico al desagüe solo porque están cubiertas de polvo, lo que origina un monstruo mutante que aterroriza a las personas en las riberas del río Han. Su victoria absoluta en la ceremonia de los premios Oscar tal vez deba leerse como un reconocimiento al cine surcoreano en general, cuya gran calidad se reconoce desde hace décadas. Al menos, dos de sus compatriotas han merecido antes el premio tanto como él −pienso por ejemplo en Kim Ki-duk, quien compuso ese poema visual llamado Hierro 3 (2004) o la magnífica Primavera, verano, otoño, invierno… Primavera (2003), o Park Chan-wook, autor de Oldboy (2003) y Thirst (2009)−, quienes han dado sus mejores obras en el mismo periodo de tiempo: desde 2000 en adelante.

Por algún motivo, mientras veía la película en el cine, me resultó imposible no pensar en la canción “Los patos y las patas” de aquel grupo musical que terminó visitando la salita del SIN en los infaustos años 90. Mi cerebro, de alguna manera, hizo conexión entre la historia que cuenta Parasite y la narrativa de aquel hit chonguero que hizo bailar a todo niño que tuviera radio en 1992. En la canción, los Quispe viajan al kilómetro 40 para pasar un día de playa, momento en que tienen que compartir un mismo espacio con los Müller, quienes “sin hablar, vigilan la parrilla”. Tal vez pensé en “Los patos y las patas” y no en Arguedas porque en sus novelas −pienso en Los ríos profundos, por ejemplo− el autor aborda lo que se denomina “el problema del indio”. En Parasite no hay razas, solo clases sociales. Los pobres viven en sótanos llenos de moho, en la parte baja de la ciudad, donde el desagüe a veces colapsa y lo llena todo de mierda. A lo mucho al rico le molesta su olor, o ni siquiera se percata de su existencia, hasta que lo mira espantado como se mira a una cucaracha en la cocina.

En una entrevista reciente, Joon-ho contó que mientras filmaba la película buscaba expresar un sentimiento particular sobre la sociedad surcoreana. “Pero luego de proyectar el filme, todas las diferentes respuestas de las audiencias eran básicamente las mismas, lo que me hizo comprender que el tema es universal. Esencialmente, todos vivimos en un mismo país llamado capitalismo”. Por ello Hollywood, la gran maquinaria de entretenimiento capitalista, le ha otorgado su premio más importante, lo que puede confirmar nuestras más macabras sospechas: al sistema le gusta mirarse en el espejo, porque en el retrato se perpetúa. Fue casi como si a Joon-ho le dijeran: Linda tu película, aquí está tu premio. ¿Para cuándo otra de monstruos?

Publicado originalmente en Hildebrandt en sus trece.


Escrito por

Pedro Casusol

Consultas y colaboraciones a pedrocasusol@gmail.com


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arte, música, cine y literatura.