Escribe: Alfredo Coronel Zegarra

Se le atribuye a Napoleón Bonaparte decir que evita a toda costa al ignorante con iniciativa porque puede destruir a su propio ejército. Completando la idea los capaces con iniciativa dirigirían el ejército, los capaces sin iniciativa serían los mandos medios del mismo y los ignorantes sin iniciativa la tropa.

No le faltaba razón, una persona así resulta inimputable. Escudándose en su buena voluntad e interés por hacer algo bien y llevado por su ímpetu puede causar desastres. No hay dolo ni mala fe solamente ignorancia. Al desconocer lo que hace, tampoco reconoce las consecuencias de sus acciones y entonces, el resultado, imprevisto para sí, ya que lo ignora, es nefasto.

Este problema tiene dos variantes iguales o peores, una la inacción y otra la prohibición. Como ignoro la solución a algo, en el primer caso no hago nada, en el segundo prohíbo todo.

Esto podría no ser importante si las consecuencias fueran individuales, pero generalmente no lo son. Estas decisiones causarían dolor, daño o pérdidas. Imaginen a cualquiera de nosotros, en un atasco, dirigiendo el tránsito o intentando evacuar un estadio lleno ante un riesgo inexistente.

Evitar o alejar a estas personas no resultaría efectivo ya que no es una condición permanente ni reconocible a simple vista. Todos podemos caer en esta categoría sin quererlo, bastaría ser ganados por el afán de ayudar sin medir las consecuencias.

Educar es el antídoto frente a la ignorancia. Así mismo, la forma en que tratemos el asunto será importante. Todavía tenemos el temor a preguntar, hay un prejuicio o estigma frente a quien indaga, averigua o simplemente consulta. Se precisa pues, luchar contra la idea equivocada que preguntar es malo o denota inseguridad.

Podemos aprender a tener criterio, sentido común y responsabilidad, argüir desconocimiento o mala información debería dejar de aceptarse como excusa. Obtener la capacidad de indagar y contrastar no es difícil, pero es trabajoso. Verificar y analizar en épocas de falsa información se vuelve más importante aún.

Así, si quienes tenemos en nuestras manos las decisiones nos empoderamos con el conocimiento, podremos hacernos cargo responsablemente. Examinando el contexto, las implicancias, preguntando a quienes saben y estudiando las alternativas de solución estaremos mejor preparados para conocer las consecuencias de nuestro accionar antes de llevarlo a cabo. No se asegura el éxito, ni se evita la posibilidad de un error, pero si reducirá los riesgos para todos.

Hagámonos responsables de nuestras ideas y acciones, serlo significa actuar con diligencia, reconociendo, sin soberbia, lo que no sabemos, estudiando lo que deseamos hacer y aceptando nuestros errores. De esa manera renunciaremos a usar el desconocimiento como justificación.