Lo ocurrido la semana pasada en San Juan de Lurigancho, en la inauguración del enorme centro comercial construido en un área de 62 000 metros cuadrados, con una inversión de más de US$ 85 millones y proyección de recibir 1.7 millones de visitantes en su primer año, me hizo recordar a la película Dawn of the Dead, el clásico gore del cineasta George Romero, a quien se le atribuye la creación del zombi moderno. En la película de 1978, los sobrevivientes del apocalipsis se refugian en las entrañas de un mall, donde pueden dar rienda suelta a la fantasía propia del capitalismo tardío: el fin del mundo les permite consumir de manera ilimitada, hasta que una horda de zombis invade el recinto como metáfora y crítica social. Incluso los muertos vivientes acuden en masa al centro comercial, símbolo del deseo insaciable por las posesiones materiales.

Me dio por pensar también en Victor Gruen, el arquitecto austriaco-estadounidense que concibió por primera vez el prototipo de mall cerrado, construido en Minnesota hacia 1956, modelo que terminó por reconfigurar el paisaje suburbano, no solo en los Estados Unidos sino en la mayoría de ciudades en todo el mundo. Lo curioso es que Gruen nunca pretendió diseñar un templo de culto al shopping. Su idea consistía en edificar centros comunitarios donde se integren distintas funciones: un “ágora”, en el sentido más griego del término, en la que pudieran confluir otras actividades, no solo las comerciales. Así imaginaba centros médicos, escuelas y espacios residenciales que nunca se llegaron a construir. Desilusionado, Gruen regresó a Viena en 1968, y diez años más tarde, en una conferencia en Londres, renegó públicamente de los malls.

southdale center, el primer mall

Pensaba en esto mientras llegaban las imágenes del centro comercial inaugurado en San Juan de Lurigancho, videos en donde una turba desbordada recibe con caos y descontrol la apertura del mall. La esperada modernidad, al menos en términos capitalistas. Golpes, vandalismo, robos, la invasión de pasillos que se convirtieron en parques, niños perdidos y baños destrozados a causa de una histeria colectiva que, seamos sinceros, también tenía mucho de celebración. Porque ahí donde el Estado no llega, parafraseando a cierta panelista de “Canal N”, aparece la empresa privada con sus enormes estacionamientos, sus cuatro niveles, amplios espacios para el esparcimiento, zona de comidas, cientos de marcas de ropa, gastronomía y entretenimiento para consumir.

No habrá educación de calidad, salud pública, un buen servicio de transporte público o una clase política decente, pero ya se planea construir una conexión directa entre el mall y la estación Pirámide del Sol, de la Línea 1 del Metro de Lima. En un distrito tan grande como SJL, con una población de más de un millón de habitantes, que constituye otra ciudad dentro de la misma ciudad capital, casi no hay parques o espacios públicos de libre acceso. La gestión del alcalde de Lima “Porky” convirtió la piscina del Parque Zonal Huiracocha en una falsa playa artificial y subió la tarifa de ingreso. Incluso en ese espacio de entretenimiento al aire libre todo tiene un costo: las losas deportivas y las canchas se alquilan. Los paseos en bote por la laguna o a caballo por los jardines cuestan S/ 5 por persona. El ciudadano convertido en sujeto consumidor.

Los espacios públicos son cada vez más escasos. No me extraña, por eso, que la gente confunda a un mall con un gigantesco parque cerrado repleto de tiendas, si de cualquier manera el ocio y la recreación, tal como los conocemos en estos tiempos, están siempre ligados a la posibilidad de consumo. Los vecinos del centro comercial recibieron a este enorme monigote de concreto con la histeria propia del consumismo delirante, que no es exclusivo ni de nuestro país ni de cierta clase social. Basta ver lo que hace el “Black Friday” en otras latitudes: la misma histeria colectiva que conduce al saqueo.

El problema ocurre cuando un país no les deja a sus ciudadanos otra opción que acudir al mall, a pasar el día en el mall, bajo la luz alienante de las tiendas por departamentos, al mismo tiempo que se les quita la posibilidad de utilizar los espacios públicos, tal como ocurre hoy en municipios que se dedican a perseguir a las personas que practican yoga o taichí en el parque, o al hombre que descansa sobre la grama, sin molestar a nadie, hasta que un serenazgo llega para exigirle que se vaya, que “no es del distrito”. El mall vendría a ser un “no-lugar”, según el antropólogo francés Marc Augé, un espacio carente de identidad cultural, homogéneo, de transición y de consumo, en el que se pierde la identidad en pos del anonimato. Y después se preguntan, irritados, de dónde provienen los zombis, por qué invaden el centro comercial.