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¿Quién enseña a los maestros?

Fomentar la curiosidad y la imaginación en instructores y alumnos, así como desarrollar su capacidad de abstracción y sistematización, nos abre puertas y facilita la innovación

Publicado: 2024-03-24

Escribe: Alfredo Coronel Zegarra

En cada período escolar, abundan noticias y análisis sobre el déficit de infraestructura, el salario de los profesores, el presupuesto familiar y otros temas relevantes.

El propósito de la educación es formar ciudadanos capaces de conocerse a sí mismos y desenvolverse en la sociedad, dotándolos de conocimientos para enfrentar la vida y proveerlos de criterio para trabajar, emprender, entretenerse, respetar a los demás y aceptar sus errores. Se trata, pues, de enseñarles a elegir, priorizar y decidir, responsabilizándose por sus acciones, no de un aprendizaje enciclopédico ni nemotécnico, sino de ayudarlos a identificar y potenciar sus talentos.

Así, la calificación de quienes guían el proceso educativo es decisiva. Los sueldos, la infraestructura y los materiales, siendo esenciales, son secundarios.

La reciente participación de algunos docentes del sector público en funciones ejecutivas y legislativas de carácter nacional ha evidenciado sus limitaciones para manifestarse con claridad, argumentar propuestas y transmitir sus pensamientos coherentemente. Considerando que alrededor del 70% de los niños se educa en el sistema estatal, podríamos preguntarnos: ¿así serán todos los educadores? La respuesta es no; sin embargo, no sabemos cuántos lo son.

¿Podría alguien sin la costumbre, el hábito o el gusto por la lectura inculcarlo a sus alumnos y lograr que comprendan lo que leen? ¿Sería capaz de ayudar a los estudiantes a resolver problemas quien no puede hilvanar dos ideas seguidas? ¿En qué se educan nuestros maestros y qué competencias se les están transfiriendo?

Entonces, no debería sorprendernos la incorrecta expresión oral y escrita en medios de comunicación, ni que exista el plagio en las tesis entre los estudiantes de diferentes grados académicos.

Poder comunicarnos para entendernos es fundamental en la búsqueda de acuerdos. Sin una capacidad de enunciación clara, el conocimiento y su divulgación se dificultan, y nuestra posibilidad de contrastar conjeturas se debilita. Hablar y escribir correctamente no es un asunto de académicos, es de todos. Podremos articular planteamientos, hacer explícito aquello que ideamos o consideramos sobreentendido y analizaremos nuestras creencias y puntos de vista.

Fomentar la curiosidad y la imaginación en instructores y alumnos, así como desarrollar su capacidad de abstracción y sistematización, nos abre puertas y facilita la innovación; lo contrario las cierra y nos condena al estancamiento y a la repetición. Una buena educación promueve el civismo, limita la violencia, posibilita consensos y reduce la pobreza al incrementar la productividad.

Un paso sería dejar el corporativismo y el gremialismo de lado, abriendo las puertas a la participación de diferentes disciplinas, manteniendo altos estándares de formación, selección y evaluación docente. De esa forma ayudaremos a que los niños y jóvenes obtengan los conocimientos para conducir su vida.


Escrito por

Pedro Casusol

Consultas y colaboraciones a pedrocasusol@gmail.com


Publicado en

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