Escribe: Alejandro Palomino

Pataclaun, más que una mera serie televisiva, fue un fenómeno cultural que transformó el panorama del teatro en el Perú. En los 90s, el grupo logró algo que parecía casi imposible, llevar el teatro a la televisión y hacerlo con una audacia y una frescura que capturaban la esencia del espíritu peruano. Los personajes, desde la misma Queca, eran espejos cómicos pero críticos de la sociedad. Cada episodio era un desfile de ingeniosidad, marcado por diálogos que eran tanto un deleite como una reflexión.

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Una fila serpentea frente al Teatro Peruano Japonés, donde las luces brillan intensamente. Risas y charlas llenan el aire frío mientras la gente espera con premonición. El letrero luminoso anuncia la obra de Queca: "Ya siéntese, Señora." Amigos y parejas se mezclan en la multitud. Las conversaciones vivaces y los pasos ansiosos resuenan en la acera. Las puertas del teatro se abren y el público comienza a ingresar. El aroma a crispetas flota en el aire y se escucha el murmullo expectante de los asistentes. Johanna San Miguel está a punto de salir al escenario. Los aplausos y las risas se redoblan, creando una atmósfera mágica. Dentro del teatro, el espectáculo está a punto de comenzar y la emoción es palpable

De pronto, las luces del teatro se oscurecieron y Queca entra en escena con una elegancia peculiar, envuelta en un manto de plumas rojas con su estilo coquette que resplandece bajo los reflectores. La música envuelve el ambiente y cada andadura suya resuena con el vaticinio de una audiencia que ha anhelado este momento. Se sienta en la escalera central, su figura destacando contra el fondo verde del escenario y comienza su monólogo con la misma acerbidad y sarcasmo que caracterizó a su personaje en Pataclaun.

Como burlándose de sí misma, muestra a Johanna San Miguel en un proceso de renegación, como una mujer que aún se resiste a aceptar que ya es una señora. Nos comparte anécdotas donde Johanna San Miguel se enfrenta a situaciones que le recuerdan que ya no es una moza. De repente, la atmósfera cambia y suena el Popurrí de Juan Gabriel, una canción imborrable para aquellos que vivieron su juventud en la década de los 80 y que ahora disfrutan de una madurez más plena. El público, predominantemente senescente, se siente profundamente identificado con la melodía, evocando recuerdos y emociones de épocas pretéritas. En el teatro, todas aquellas que cantaron la canción de Juan Gabriel se delataron: si la coreaste, lo más probable es que ya seas una señora.

Ahora, al volver a las tablas, Johanna San Miguel no solo invoca el recuerdo de Queca, sino que también lanza un puente hacia el presente, explorando las peripecias vitales femeninas en todas sus etapas. Su habilidad para entrelazar humor con crítica social sigue intacta, abordando la percepción de la imagen corporal, donde un hombre con panza puede ser visto como "opulento y empresario", mientras que una mujer con una imagen similar es etiquetada como un Matusalén. Problemas sociales que laceran nuestra cultura y están bien engarzados en la mente de los peruanos.

"Hablamos y contamos situaciones que vivimos las mujeres desde que somos chiquititas hasta el último día en nuestra tumba", contó para América Espectáculos.

A través de su obra, nos invita a reflexionar sobre las normas que dictan nuestras vidas. En cada risa y en cada crítica, se esconde una invitación a desafiar lo establecido y a buscar una autenticidad que trascienda las imposiciones culturales.

La dramaturgia culmina con un mensaje inspirador de Johanna, invitando a cada mujer a abrazar sus defectos y a aceptar con orgullo el hecho de ser una señora. Pasar de "ya siéntese, Señora" a "siéntete Señora" se convirtió en el mantra y la esencia de la obra, un llamado a la auto aceptación y al empoderamiento femenino. Fue un cierre perfecto, lleno de empatía y autenticidad, que resonó profundamente en el corazón de cada espectadora presente.

"Ya siéntese, Señora" no es solo un llamado a recordar, sino también un desafío a mirar hacia adelante. En un mundo que cambia con rapidez, el teatro peruano enfrenta el desafío de adaptarse, innovar y seguir siendo relevante. Johanna y Queca, con sus diálogos que tanto nos hacen reír como pensar, nos recuerdan la importancia de la continuidad y la renovación en las artes, manteniendo vivo el espíritu crítico y creativo que una vez pusieron a Pataclaun y al teatro peruano, en lo más alto.