Escribe: Rocío Calle

El 20 de mayo a las 4:50 p.m., las redes sociales se llenaron de videos que mostraban una explosión en un grifo perteneciente a la empresa Grupos Espinoza (GESA), en Villa María del Triunfo (VMT) con un fallecido entre las víctimas.

***

En mi trabajo, el ambiente se volvió tenso y todos comenzaron a hablar al respecto, con los ojos pegados a sus pantallas.

—Un fallecido y varios heridos —se escuchaba comentar entre mis compañeros.

Mi primer instinto fue preguntar por los conductores que usualmente tienen rutas por esa zona. Observé durante unos segundos los de administración y compras aglomerandose en la oficina para ver lo que sucedía. El miedo y la curiosidad se reflejaban en sus rostros y, siguiendo el impulso, me acerqué a ellos. Al llegar, uno de ellos murmuró:

—Pucha, hay un fallecido.

la escena del siniestro.

En ese momento, un solo nombre cruzó por mi mente, Enrique, él trabaja en un grifo, enseguida me obligué a descartar esa idea, porque puede que sea otro grifo.

A las 6:50 p.m., me encuentro a cuatro minutos de distancia del grifo, en la avenida Pachacútec con 200 Millas, en los límites de Villa María del Triunfo y Villa El Salvador, con la humedad al 100%. El lugar donde me bajo es lo más cercano que me puede dejar la movilidad del trabajo desde Lurín. La zona no tiene tanta iluminación como antes, o solo es mi percepción, siento frío por la humedad, ya estamos entrando a invierno y trato de encontrar el paradero. Mi ansiedad también comienza a hacer presencia, pero mi misión en ese momento es encontrar a la pareja de Enrique, mi hermana, que minutos antes estaba llorando por teléfono cuando le pregunté dónde estaba, porque antes de llegar al lugar me confirma que el grifo que explotó era donde Enrique trabaja.

—Cálmate, si entras en pánico es peor —le repetía—. Cálmate, es posible que te estés preocupando por las puras.

Mi relación con ella ha estado distante desde hace un año, pero no puedo dejar de preocuparme. Camino hasta el paradero en un lugar un poco más iluminado, un niño está a mi costado con su mamá, sosteniendo un avión de papel mal hecho en su mano, lo lanza a la pista y corre tras él, casi soy testigo de un atropello, porque el menor no sabe medir el peligro.

Paro un mototaxi de color azul, si esta moto azul apaga su faro principal, se camufla fácilmente entre la poca iluminación de la zona en estos límites de distritos. Tengo un miedo enorme de tomar mototaxis, peor si es en zonas desconocidas para mí, pero en ese momento, irónicamente, ningún micro o taxi paraba en ese paradero.

—Llévame a la Curva —le indico.

vigas retorcidas a causa de la explosión

Con el sonido del motor, bajando por la avenida Pachacútec, intento ver la zona. Puedo sentir cómo el tiempo se detiene y escuchar las sirenas de ambulancias, policías y serenazgo mezcladas al mismo tiempo a unos cuantos metros de distancia. Mi vista no me ayuda, porque cuanto más cerca de la zona, menos luz había, un apagón. Forzando la vista, lo primero que observó a tres cuadras antes de llegar al grifo son ventanas de todas las casas reventadas con algunos pedazos de cristales en ellas. «Ha sido muy fuerte».

—No puedo avanzar más, hay policías, la zona está cerrada —me indica el mototaxista, sacándome de mis pensamientos—. La dejo aquí.

No me importa si me deja tres cuadras antes, solo quiero bajarme y encontrar a mi hermana y decirle que está alterada por las puras. En la pista corre el agua, que no sé si es la humedad o la poca garúa limeña que estaba cayendo, pero el agua corre, corre fuerte en la pista. Las casas a oscuras, linternas alumbrando desde el interior, en un apagón solemos ver velas, pero en este caso, eran linternas de celulares,casas con lunas rotas, vidrio en la vereda, con gente corriendo, pasándose la voz entre ellos y ambulancias con policías cercando la zona.

—¡Evacuen la zona! ¡A 100 metros de distancia! ¡Avancen! ¡Hay fuga! —gritan dos bomberos tratando de mover a la multitud.

—¿Dónde estás? —le digo por teléfono a mi hermana.

—Debajo del letrero de anuncios de departamentos, el anuncio es color verde —me responde con su voz desesperada—. Enrique está adentro, ven por favor, ven —me dice, como llamándome la atención.

Intentando ubicar el letrero verde que no encontraba, comienzo a molestarme porque no me indica bien el lugar. Escucho que llaman por mi nombre a lo lejos, pero sigo sin poder distinguir en la zona por las pocas luces, con la pista mojada, personas buscando algo, policías gritando, bomberos molestos y camiones sonando. Ubico una cara conocida, no es mi hermana, sino su amiga, ella me indica el camino para llegar donde está la persona que busco, debajo del letrero verde.

***

Con su clásica gorra guinda tejida que usa en invierno, chompa gris, ojos rojos y una cara que muestra que en cualquier momento se puede desvanecer, me dice:

—Enrique está adentro, nadie me dice nada, no me responde —comienza a avanzar para entrar al grifo que se encontraba a más de cinco metros de distancia, delante de los carros policiales, las ambulancias y un cúmulo de periodistas que hacían con un muro para que nadie pudiera acercarse.

—¡Despejen la zona, todavía hay fuga! —anuncia un bombero al punto de perder la paciencia.

—Hay que alejarnos, hay que movernos —intento hacerla caminar, pero no se mueve.

—Enrique está adentro —me dice, protestando para no moverse.

***

Mis ojos arden por la fuga de gas que se siente en el lugar, esa pequeña manzana de Villa María del Triunfo más conocida como la curva de Galvéz. Agarrando su brazo y con mi mirada en ella, no la reconozco: un rostro en desespero, llorando, presiente algo, algo sabe y no me dice nada, como siempre. Le pregunto si llamó a la mamá de Enrique, me dice que avisó a sus tíos, y me percato que ellos están detrás de nosotras con el ceño fruncido y los ojos alertas. Ella sigue queriendo avanzar al grifo.

Han pasado media hora de estar paradas debajo del letrero verde con gente alrededor, intentando calmar la desesperación de mi hermana y tratando de alejarla un poco más de la zona, queriendo hacerla avanzar al parque que está al frente de nosotros, por mi miedo de que haya otra explosión.

—¿Estás segura? Me dijeron que habían llevado heridos al hospital de emergencia. Él debe estar ahí —le digo alterada porque ya no podía aguantar ver todo el escenario del lugar y era información que me llegó antes de bajarme de la movilidad del trabajo.

—Rocío, ¡no! Él está adentro, me lo ha dicho su compañero —avanzando de a pocos al parque frente al letrero verde, su voz ya no era rota, estaba diciéndome "créeme" con desesperación.

vista aérea del desastre

***

La desesperación se apodera de ella, comienza a llorar detrás de la caseta de serenazgo que había en el parque junto a un pequeño árbol mal cuidado. Está atenta escribiendo en su celular. Le escribía a Enrique, a sus compañeros de trabajo y a un tal Jhon, los mensajes decían: “Está con los heridos”, “él está ahí, Caro”, “Está herido en market”, es lo que pude ver porque estaba a su costado agarrando su brazo.

Mi interés al ver el nombre Jhon en su celular crece, ya que contaba con un logo de GESA, empresa dueña del grifo. Sus mensajes eran los mismos que los compañeros: “Estamos tratando de confirmar, por favor mantén la calma”, “No sabría decirte”, “Te llamo para confirmar”. En ese momento, la frustración se apodera de mí, pensando en cómo en estos casos ningún representante de la empresa se acerca en persona a ver cómo se encuentran los familiares de los afectados, solo son mensajes y una llamada.

—El fallecido es él, me lo han dicho uno de sus compañeros, pero los otros me mienten, no me quieren decir nada —con voz rota y desesperada a un nivel que jamás había visto en mi vida me lo dice.

No creo lo que me está diciendo, estoy segura que todo es una confusión y él debe estar bien, herido, pero vivo, en mi mente veo a mis sobrinos, cuatro niños menores de edad que ni siquiera el mayor pasa los 10 años de edad, pienso en la mamá de él, pienso en mi hermana, pienso en todo a la vez, sé que está bien, no es cierto lo que ha dicho y sigo con la compostura en calma por fuera cuando en realidad estaba temblando por mi ansiedad.

***

Verla romperse al decirme eso es la sensación más horrible que pudo sentir, con la bulla de sirenas, gritos de bomberos y policías perdiendo la paciencia con la gente alrededor y mi mirada tratando de encontrar un lugar en el parque donde ella se pueda sentar, entra una llamada. Era John de GESA, ella contesta con su única y poca esperanza, trata de recomponerse para hablar con él, pero en instantes veo cómo su alma y su corazón salen de ella con su llanto.

—¡No me digas eso, no me digas eso, no me digas eso! —le repite cuatro veces a él y yo agarro el celular.

Me presento con Jhon y pregunto para que repita lo que le ha dicho a mi hermana. Con mis manos temblando por mi ansiedad y tratando de mantenerme más fuerte que todos, mi mirada se enfoca en un punto fijo a una luna rota de la caseta de serenazgo, donde el reflejo de luz del semáforo en rojo rebota en ella.

—Lamentablemente Luis Enrique falleció, necesito que apoyes a Carolina, no puede estar sola —le escuchó decir con una voz simple sin ruido a su alrededor, me lo imaginó sentado en su escritorio sin el bullicio de la zona.

No entiendo, no proceso, no sé qué decir más para que me lo vuelva a confirmar.

— Lamentablemente, la persona fallecida es Luis Enrique. Te brindaré el número de la asistente social para que los apoye en cualquier cosa-- dice el de las oficinas de GESA.

Escucho un llanto tan profundo como un grito y, a mi costado, veo la escena que faltaba, la mamá de Enrique, a pocos centímetros de nosotros. No sabía en qué momento llegó, pero estaba ahí, con las piernas que se doblaban, abrazada a su hermano, más alto que ella, llorando a más no poder.

Era un coro, un coro triste entre dos mujeres, mi hermana y su madre. La gente pasaba alrededor y solo miraba o atinaba a decir: "Familiares de las víctimas, qué triste". Duele ver la escena; te ahogas con la sensación del momento.

policías, bomberos, seregazgos y ambulancias.

***

Ha pasado 1 hora desde que nos confirmaron la noticia, pero nadie quiere creerlo. No sin antes verlo, como dice el dicho: “ver para creer.” en por más duro que sea.

Con el egoísmo que es parte del ser humano para protegerse, pensamos que podría ser otra persona y que se están confundiendo. Parados en el parque, a unos pocos metros de la explosión, con policías y bomberos ya rendidos de querer evacuar a las personas, no sabemos dónde ir. El tiempo se ha detenido para todos. Mi hermana quiere ver el cuerpo, pregunta, pero no tiene respuesta: “Sigue con fugas”, “El cuerpo está en la zona de fuga”, es lo que todos le dicen.

A lo lejos, veo medios de comunicación y periodistas buscando a los familiares de la víctima o algún vecino de la zona que fue herido, desesperados por encontrar una respuesta, se lanzaban encima de cualquier persona que expresara algo importante para ellos, para poder tener información. Eso me preocupaba. No quiero que expongan a su mamá o a mi hermana de esa forma.

8:26 pm. Veo la hora en mi celular. El tiempo sí que se ha detenido, todo esto está siendo eterno, seguimos en el parque, junto al árbol. Mis ojos me siguen ardiendo por el gas de la zona.

Me tocan la espalda y era una prima, con su embarazo de ocho meses, polo blanco y en pijama. Me sigo preguntando cómo nos ubican en esta zona con poca iluminación. Se enteró del suceso por excompañeros de ella en el grifo; ya había trabajado con esa empresa hace cinco años.

Junto a ella nos movimos para cruzar al otro lado de la zona, ya que conversando llegamos que no iba a tener alguna respuesta en ese momento y ella tenía que estar un lugar más tranquilo, justo en la entrada de la avenida Lima, a dos cuadras del grifo y frente al parque donde estábamos. Mi hermana estaba desesperada, quiere verlo, quiere ver el cuerpo, para confirmar ella misma de lo que dicen es real, no quiere ir se del lugar, porque salir de la zona aunque sea unos minutos significa abandonarlo, es lo que su llanto transmite.

***

Llegamos a la casa de mi prima, a diez minutos del grifo en taxi. No conozco el lugar, pero pertenece al distrito de Pachacámac. Me sorprende conocer que hay tres distritos limítrofes alrededor del grifo de la explosión: Villa María del Triunfo, Villa El Salvador y Pachacámac, de los cuales se vieron afectados con apagones en manzanas cercanas al grifo.

En ese lugar, mi hermana puede descansar hasta saber algo del cuerpo. Según un teniente de la policía que estaba en el lugar, le dijo que él la llamaría para avisarle. Todavía no sale en los medios el nombre del fallecido ni la cantidad de heridos, al menos yo no lo he visto. Tenemos rumores de que hay otra persona afectada y seguimos con la esperanza de que se hayan equivocado al dar el nombre.

La sala comedor de esta prima, con la cual no tenía mucha comunicación. Ella me llama a un lado, con su cara asustada, triste con los ojos de lágrimas me dice.

—No le digas a tu hermana —me dice, mostrándome una foto de Enrique tirado. Parece que esa imagen fue tomada de la pantalla de las cámaras de seguridad.

una fuga de gas fue la causa de la explosión.

Ella, desde hace un año, lo recogía en su carro para trabajar o dejarlo en los eventos donde él realizaba trabajo de barman, a eso se dedicaba los fines de semana, tenía dos empleos. Ser barman lo hizo pensar más en renunciar definitivamente a GESA, ya que no se sentía seguro ahí, dado el accidente que había pasado hace dos meses, donde tuvo que detener una fuga del mismo camión cisterna siendo el mismo que explotó. Él no era ingeniero ni tenía alguna carrera donde pudiera ver el sistema de seguridad. Se encargaba de hacer de todo en el grifo según él contaba. Él solo recibía capacitaciones en un trabajo donde la seguridad para sus trabajadores era nula. Mi prima trabajaba ahí y me cuenta sobre una chica que denunció a la empresa por temas de seguridad laboral.

***

Mi hermana, sentada en el comedor de la casa de mi prima, tomando agua para calmarse y sollozando, me indica que quería ropa, una casaca porque tenía frío. En realidad, era su presión que se le había bajado y un pantalón que se había mojado con el agua que corría por la pista. No está sola; está acompañada por la familia de nuestra prima y su amiga. Puedo ir por lo que me indica. En las noticias no sale nada del fallecido por lo que veo en la televisión de esa sala comedor.

Entro en modo automático: tomar un taxi, ropa, agua, casaca, DNI y cargador de celular, que no ha llevado; sacar dinero de un agente porque no cargo con billetes o monedas. No tener efectivo es mala idea para esta situación, realizo mi nota mental y con angustia pido el taxi por aplicativo.

***

Tomar el taxi de regreso a mi casa implica volver a pasar por el grifo. Me toma diez minutos exactos en volver a pasar por el grifo, parece irreal. Enrique está ahí, es lo que pienso, espero que se hayan equivocado.

9:50 pm. Ya en la casa, pido que me abran la puerta. Es mi mamá con mi sobrino el más pequeño. Evitó conversar y voy directo por lo que me están pidiendo. Me comienza a doler la cabeza; no había comido nada desde la 1 pm de ese día. Me toma unos minutos agarrar las cosas y evitar ver a mis sobrinos mayores. Debo pedir un taxi para regresar. Me da miedo pedir taxi tan tarde e ir a zonas que no conozco. En taxi, mi ansiedad está por mil; solo quiero dormir. Estoy cansada.

***

En el trayecto de regreso a la casa de mi prima no presté atención a nada, pero ya me encontraba exactamente a la altura de donde me había dejado la mototaxi cuando recién estaba llegando a la zona de la explosión, El taxista me habla:

—No podemos pasar, dice el Waze que hay un accidente —me lo dice mirando a la aplicación en su celular.

Puedo deducir que no sabe de la explosión o al menos ignora dónde está el lugar. Un pequeño tráfico se había hecho donde me dejó el mototaxista, justo en la avenida Pachacútec, entrando por la avenida Lima, donde se encuentra el grifo. El taxista avanza y, de lejos, puedo ver la misma escena del grifo: las ambulancias, los carros de la policía, pero ahora con menos gente. No han confirmado respecto al cuerpo. Yo sigo con la esperanza de que se hayan equivocado.

En ese momento, mirando de lejos el grifo y detenida en ese pequeño tráfico que se había hecho entrando a la avenida Lima, me llega un link por WhatsApp: un artículo de La República que fue redactado rápidamente y subido a su web donde confirman lo sucedido: “Explosión en grifo de Villa María, confirman el fallecimiento de un trabajador”. Abro el link y leo el artículo dentro del taxi, con el pequeño tráfico deteniéndose y, a un par de metros, las luces de ambulancias, bomberos, serenazgo y policías, alumbrando como dando un saludo al lugar de la explosión, leo: “Luis Enrique Flores Revollar (32 años) es la víctima letal de la explosión en VMT”.

Es oficial, sí está pasando y está ahí, a unos metros, Enrique es el fallecido. Pienso en sus hijos, en su mamá, en mi mamá, en mi hermana, pienso cómo todo puede estar bien un día y luego ya no. Pienso en lo que se viene: los medios, el llanto, las explicaciones, la soledad y el presentimiento de enfrentarse a una empresa tan grande, pienso en él, en su cuerpo tirado bajo la garúa fuerte que comenzó aparecer y con el frío de la zona, no pienso en un muerto, pienso en una persona viva que no puede estar bajo esas condiciones, pienso en lo que pueda pasar mañana.