Vivo consternado
Todos debemos opinar y participar en los destinos de nuestras comunidades; hacerlo responsablemente sin fanatismo es muestra de ciudadanía
Escribe: Alfredo Coronel Zegarra
Vivimos tiempos violentos. Posiblemente iguales que en distintos momentos, pero actualmente resuenan más gracias a la inmediatez de las comunicaciones y la accesibilidad a noticias, verdaderas y falsas, que masivamente recibimos.
Belicosidad que parece rodearnos. De un lado, la cantidad de mujeres asesinadas a nivel nacional llega a cifras nunca vistas. Igualmente, espeluznantes son los datos de violaciones de niñas; ambos tipos de agresión presentan como agravante que los perpetradores pertenecen, principalmente, a su entorno cercano. De otro lado, la criminalidad, individual u organizada, ataca familias y negocios por doquier. La inseguridad campea.
En el quehacer político, las pifias y recriminaciones públicas, presenciales y virtuales, que en ocasiones terminan en ataques físicos a funcionarios, electos y designados, se vuelven moneda común. La virulencia de las confrontaciones sube de nivel diariamente. El odio entre facciones se torna incontrolable, invadiendo cualquier espacio.
Internacionalmente, las cosas no van mejor. Encontramos gobiernos brutalmente autoritarios, conflictos armados dentro de los países y entre naciones en diversas regiones del mundo. Los disturbios que aprovechan y organizan distintos colectivos intolerantes, incluyendo alborotadores, se multiplican, exacerbando viscerales odios contra quien piensa, parece o actúa distinto. Probablemente, el hecho de que en este año la mitad de los habitantes del planeta esté involucrada en procesos electorales altere aún más los ánimos.
Incluso las trabas al comercio mundial, que promueven nacionalistas y populistas, retroalimentan, al afectar en muchos casos intereses legítimos, la virulencia de los enfrentamientos. Representan otra forma de imponerse sobre los demás.
Las llamadas “manifestaciones públicas pacíficas” difícilmente colaboran, porque la mayoría de las mismas son poco tranquilas. El derecho a protestar no tiene que sacrificar los de terceros en aras de un “bien común” sobre el que nadie consultó.
Entonces, hay situaciones que la justicia tendrá que controlar, mientras nos educamos preventivamente y producimos un cambio cultural en la mirada prepotente, autoritaria y discriminadora que tenemos como sociedad. El Estado, para ser viable, debe garantizar la seguridad pública y aplacar estos embates delincuenciales. Sin inteligencia resultan inútiles los estados de emergencia.
Exterioricemos ideas evitando basarnos en mentiras, así como en el asalto o la vulneración de libertades ajenas. Responder por los actos propios y abandonar expresiones tipo “Fuenteovejuna” podrían ser la norma. Todos debemos opinar y participar en los destinos de nuestras comunidades; hacerlo responsablemente sin fanatismo es muestra de ciudadanía. Las acciones que realicemos provocarán, queramos o no, consecuencias que serán visibles más temprano que tarde.
Combinar y equilibrar valores e intereses es un asunto complicado, pero viable. Si respetamos los principios del resto, sean cuales fueren, conseguiremos centrarnos en ubicar puntos en común para una intervención conjunta. Generaríamos un espacio de confianza mutua.
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arte, música, cine y literatura.