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Cuando el infierno se congele

Se considera una cuestión que aqueja a ejecutivos y empleados sin distinción, a amas de casa y gobernantes. Técnicamente, se le dice procrastinación

Publicado: hace 1 hora

Escribe: Alfredo Coronel Zegarra

¿Alguna vez ha dejado de hacer algo, prometiéndose a sí mismo finalizarlo al día siguiente, una y otra vez? Pues, es más común de lo que cree y se le ha dedicado al asunto no pocas publicaciones, charlas y videos. Se trata tanto en asesorías personales como en las de gestión empresarial. Técnicamente se le dice procrastinación. En realidad, es otra manera de llamar a la postergación de actividades manteniéndolas como pendientes.

Se considera una cuestión que aqueja a ejecutivos y empleados sin distinción, a amas de casa y gobernantes. Preocupación que agobia idénticamente a organizaciones, gobiernos y familias. Es, en suma, una complicación cotidiana.

Pero, ¿cuál es el inconveniente con dejar para mañana lo que puedo hacer hoy? En la mayoría de los casos ocurre que, al posponer el tiempo de aplicación de una tarea, se consigue arruinarle el calendario a los demás que contaban con que concluyéramos lo encomendado. Diversos apuros pueden generarse de estas prorrogaciones: incumplimiento de cronogramas, falta de decisión ante ocurrencias, mala atención al cliente y otras similares. De igual modo, el aplazamiento injustificado puede afectar el equilibrio del presupuesto familiar, obstaculizar una cena con amistades o degradar una relación de pareja. Escoja usted el problema, dificultad o conflicto en que se hubiese metido por una dilación “involuntaria”.

¿Y tiene solución? Depende de cada quien identificar las características de su actitud: ¿Es persistente u ocasional?, ¿se manifiesta frente a riesgos inminentes o, de pronto, hay determinados acontecimientos que gatillan esta forma de proceder?, ¿somos perfeccionistas o tememos el fracaso?, ¿carecemos de motivación o padecemos de grandes expectativas? Cada quien sabrá. Lo importante es reconocer la circunstancia y decidir intervenir de ser necesario.

“Cada cosa en su momento y un momento para cada cosa” es una buena fórmula para poder afrontar el estrés que causa la cercanía de la fecha de entrega. Quitémosles peso a estos sucesos, buscando armonizar y equilibrar lo que debemos producir con la capacidad que poseemos. Hacerlo reducirá las opciones de una posible tardanza. Se diluye la presión, muchas veces autoimpuesta, y podremos, acaso, evitar retrasos innecesarios y cumplir con aquel compromiso asumido. También ayudará compartir con alguien las dudas y murmuraciones.

No es, por cierto, volvernos unos irresponsables. Es darnos mecanismos adecuados de medición para lo que emprendemos. Dimensionar los encargos razonablemente impedirá que nos produzca tanto desagrado su ejecución que logre paralizarnos. Conseguir que los eventos sean más amistosos es tenernos consideración a nosotros mismos. Valoremos nuestra salud mental y hagamos esfuerzos que produzcan beneficios proporcionales al desgaste e inversión realizados.

Y, tal vez, no tendremos que decir como Miguel Ángel: “Terminaré cuando termine”.


Escrito por

Pedro Casusol

Consultas y colaboraciones a pedrocasusol@gmail.com


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arte, música, cine y literatura.