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Nosotros somos las instituciones

Creer que “las instituciones” son entes alejados, que existen independientemente y cuyas acciones ni nos afectan ni competen, es errado

Publicado: hace 2 horas

Escribe: Alfredo Coronel Zegarra

Seguramente ha escuchado o leído algo sobre el Premio Nobel de Economía entregado en días pasados. Varias voces han hecho notar la importancia del galardón y de las ideas centrales que los ganadores expresan: la institucionalidad, inclusiva o extractiva, determina, respectivamente, el éxito o fracaso de los países.

Interpretando lo que mencionan, diremos que finalmente depende de nosotros que una región se desarrolle y evite naufragar. ¡Qué novedad!, apuntará usted. Eso ya lo sabemos; cada uno hará lo mejor que pueda por salir adelante. Pero el asunto es cómo el esfuerzo individual se convierte en una palanca para que la sociedad avance también.

Siendo ciudadanos cabales, procuraremos ocuparnos de los poblados, urbes y naciones, de su funcionamiento, su gestión y conducción. Ninguna de esas labores debería sernos ajena. A través del voto delegaremos estas operaciones a representantes políticos o administrativos. ¿Cumpliremos, además, con verificar que hayan transparentado sus motivaciones y exigiremos que rindan cuentas?

Los gobernantes de distinto nivel —alcalde, gobernador o presidente— son a quienes encargamos la administración de los bienes públicos. Los legisladores que ponemos en el Congreso, así como los regidores municipales y los delegados regionales, facilitarían la vida en común velando por nuestro patrimonio. Estos, a su vez, designan a quienes impartirán justicia, proveerán seguridad y atenderán otras necesidades definidas en el ordenamiento jurídico.

Creer que “las instituciones” son entes alejados, que existen independientemente y cuyas acciones ni nos afectan ni competen, es errado. Creamos reglas para convivir junto con los organismos que permiten su instrumentalización. Si el Estado deja de personificarnos y solo agrede, sobre regula, persigue o atosiga, trataremos de autoexcluirnos manteniéndonos al margen, lo desconoceremos y se volvería un espacio negativo. En general, si pierde su rol de encarnar la voluntad de la mayoría, fallaríamos en construir una comunidad. Todos tendremos diferentes expectativas e intereses, pero habría que ser capaces de cimentar un sistema que funcione. Así, en absoluto será algo distante o extraño.

En suma, las decisiones que tomemos podrán crear un ambiente donde vivamos en democracia, respetemos y valoremos la propiedad privada, promovamos el espíritu emprendedor, reconozcamos las discrepancias, aboguemos y aceptemos las particularidades de las selecciones personales y contribuyamos de distintas maneras al bienestar general.

La institucionalidad es, pues, una entidad concreta y cercana. Está conformada por las normas que usamos para entendernos, por las costumbres que transmitimos de generación en generación y por los juicios que hacemos día a día. Cuando elegimos portavoces, pagamos los impuestos, ahorramos, invertimos e intercambiamos libremente o denunciamos un acto de corrupción, estamos construyendo o reconstruyendo estas instancias. Cada acción individual, por pequeña que parezca, tiene impacto en el conjunto.


Escrito por

Pedro Casusol

Consultas y colaboraciones a pedrocasusol@gmail.com


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