Soy un metiche
He concluido que soy un meterete, que ando por ahí entrometiéndome en materias que son valiosas solo para cada quien
Escribe: Alfredo Coronel Zegarra
Hace bastantes años, la hermana de un colega gustaba de preguntarnos por todo, averiguando sobre estudios, parejas, familiares y un vasto etcétera. Le decíamos “la metiche”. Hoy, apesadumbrado, constato que voy por el mismo camino. Incesantemente y con demasiada frecuencia, indago y aconsejo sobre asuntos que claramente carecen de competencia para mí.
Pareciéndome insuficiente atosigar impertinentemente a familiares y amigos, se lo hago también a desconocidos, ya sea en la cola del banco, la de la panadería o intentando subir al autobús de transporte público. Fue justamente ahí donde una muchacha, señalándome, dijo amablemente, pero segura y firmemente: “¡Eso no le importa, señor!”. Desde ese momento, vengo reflexionando sobre este tema.
Y sí, pues, he concluido que soy un meterete, que ando por ahí entrometiéndome en materias que son valiosas solo para cada quien. Ninguna vela en esos entierros tengo.
Una variante de esta actitud es la insistencia. En distintas ocasiones, he descubierto que estoy embarcado en llamar a alguien persistiendo en preguntarle si ya hizo lo que habíamos acordado que realizaría o, peor aún, si ya completó lo que él o ella quería hacer. Como si se tratara de tareas propias o que podrían afectarme, presiono buscando lograr que se hagan. “¡Déjalo ahí nomás, es mío el negocio!”, me retrucaron en varias oportunidades. He conseguido ofuscar y fastidiar pretendiendo ayudar.
El lado amable de estas circunstancias será vernos como si fuésemos personas interesadas en nuestros congéneres y preocupadas por lo que pueda pasarles. Estamos al tanto de cualquier ocurrencia y llamamos la atención deseando que la totalidad de sus cosas salgan bien. Sin embargo, se acercan más a ser formas de aspirar a controlar lo que les sucede. Igualmente, podría considerarse como exceso de celo por el bienestar ajeno, cuando no implique conductas exageradamente paternalistas que dificulten su desenvolvimiento individual.
Este modo de ser deja al otro sin muchas opciones de equivocarse, olvidar algo, despreocuparse respecto a alguna incidencia, cumplir sus deberes o diversas cuestiones similares. Cuidar del resto es beneficioso y tiene sentido si se trata de infantes; deja de serlo al referirse a adultos que pueden asumir las responsabilidades que la vida pone delante suyo. Aunque se haya hecho bien intencionadamente, discernamos cuándo realmente se requiere que participemos.
En consecuencia, haciendo caso a una buena amiga, procuraré concentrarme en aquello que sea de mi incumbencia, dejando de meter la cuchara en lo que los demás hacen. “¡Permítenos existir!”, sentenció ella. De tal manera, será probable que menos gente continúe mirándome con el gesto adusto, contestándome abrupta o sarcásticamente, y que yo, desconcertado, siga quedándome sin saber qué ocurre, poniendo cara de asterisco.
Nota: Esta columna volverá el 18 de mayo. ¡Feliz día para todas las madres!
Escrito por
Consultas y colaboraciones a pedrocasusol@gmail.com
Publicado en
arte, música, cine y literatura.