¡Quítenme los deberes!
Andar por ahí pidiendo ser rescatados de nosotros mismos es una mala forma de convivencia cívica. ¿Acaso es una buena alternativa que los demás resuelvan aquello en que fallamos?
Escribe: Alfredo Coronel Zegarra
La vida sería, indudablemente, mejor sin tareas que cumplir. Gozar de derechos desconociendo los ineludibles deberes parecería una excelente combinación. Aunque esto difícilmente podrá hacerse realidad. Buscar equilibrio precisa ambos pesos de la balanza, ya que lograr las ansiadas prerrogativas exige que todos tengamos que realizar nuestra parte. Es una contraprestación permanente.
Es inviable una sociedad ponderada, innovadora y que progrese solo con gente que disfruta de derechos. Para que yo sea atendido gratuitamente en los servicios públicos, alguien “cancelará” esa cuenta, dado que si yo fuese el que atiende, cobraré el trabajo ejecutado. Esa obligación a la que estamos sujetos le puede permitir a otros satisfacer una necesidad, y viceversa: su contribución me servirá a mí. ¡Se invocan erróneamente privilegios como si fuesen derechos!
Así pues, se trata de un sinfín de intrincadas relaciones donde, para obtener beneficios, deberemos efectuar los compromisos que asumimos como ciudadanos.
Procurar que cualquiera goce de una existencia fructífera será posible en la medida en que seamos conscientes de los quehaceres que tenemos. ¿Queremos salud, educación, seguridad o infraestructura vial libres de pago? Entonces, empecemos abonando los impuestos.
Controlar los excesos y precaver riesgos ayudarían a evitar que colapsen los sistemas comunitarios. Rehuirle al mantenimiento del bienestar propio y luego pedir apoyo y solidaridad es sencillo, pero abusivo, generando desconfianza. ¿Alguna culpa nos tocará, personal o familiarmente, en el recrudecimiento de las cifras de males prevenibles o de la anemia infantil? Igualmente, demandar ajustes fiscales al Estado y, a la vez, promover o presionar por exoneraciones y subsidios resulta incoherente.
Que unos acaten y otros desobedezcan o sean eximidos es inequitativo, produce recelo, genera desigualdades y promueve polarizaciones.
La libertad individual es, especialmente, la capacidad de vivir con las consecuencias de lo que decidimos. Andar por ahí pidiendo ser rescatados de nosotros mismos es una mala forma de convivencia cívica. Solicitar apoyo es posible cuando diligentemente contribuimos con una porción significativa. Dejar de “hacernos los pobrecitos” pretendiendo conseguir auxilio es ya una actitud distinta, que se valorará socialmente y, plausiblemente, las soluciones llegarán. ¿Acaso es una buena alternativa que los demás resuelvan aquello en que fallamos?
Que cada quien se haga cargo de lo prometido es imprescindible. Cambiar es complejo; sin embargo, requerimos intentarlo. En caso contrario, andaremos a la deriva.
Enseñar con el ejemplo es el modo en que inculcaremos principios en el resto. No es cuestión de riqueza material; es un asunto de reconocimiento mental y actitud hacia la vida.
Nada ocurre fruto de la magia, salvo en historietas y películas. Y en vista de que no somos protagonistas de ninguna de ellas, ¿cómo asumiremos ser libres?
Escrito por
Consultas y colaboraciones a pedrocasusol@gmail.com
Publicado en
arte, música, cine y literatura.