Yo, me lavo las manos
Es absurdo vivir siempre achacándole la culpa al resto por nuestros errores. De esa manera, poco funcionará la sociedad, la política o la economía
Escribe: Alfredo Coronel Zegarra
Constantemente escuchamos a distintas personas eximirse de responsabilidad frente a fallos por acciones u omisiones propias. Sea cual sea el asunto, alguien o algo más será culpable: lo realizado por sus trabajadores, la normatividad demasiado compleja o apuros intempestivos. Siempre habrá “otro” causante, nunca uno mismo. Desde el ámbito estatal hasta el empresarial, pasando por el comunitario e incluso el familiar, hallamos gente que, cual Pilatos modernos, se lava las manos.
Tal vez ha oído excusas parecidas a: “Me jalaron en el examen de ingreso porque la escuela no enseñaba bien”, “Perdí la oportunidad de que me contrataran, hicieron preguntas muy difíciles en la entrevista”, “Mis subalternos son muy independientes, así, ¿cómo quieren que dirija esta organización?”.
Procedimientos o reglamentos demasiado enrevesados en unos casos y excesivamente laxos en otros impiden identificar con claridad quién se hace cargo de qué y, por ende, a quién le corresponde responder. Glorificamos actividades en lugar de resultados. Igualmente, tenemos una educación con estándares muy bajos, basada en métodos repetitivos y memorísticos que confunden “estar ocupados” con aprendizaje. Efectuamos lo mínimo indispensable. Entonces, todos nos contentamos y nadie reclama por elevar los límites. Exageramos la importancia del esfuerzo aun cuando éste no genere valor.
Además, proliferan los desatinos en la formación familiar, donde exceptuamos a niños y jóvenes de hacerse cargo de las tareas domésticas, acostumbrándolos a merecerlo todo. Permitiéndoles satisfacer sus caprichos irrestrictamente, ajenos a reprimendas o consecuencias por incumplir; solo reciben indulgencias. De esa forma, ya adultos, faltan a su deber creyéndose inimputables.
Aprovechamos imperturbables los agujeros que la mentada meritocracia tiene, o le sacamos la vuelta, prefiriendo contratar amigos, parientes o correligionarios. Impunemente también, cambiamos las reglas de juego sobre la marcha, desacatamos órdenes y leyes, desmantelando el estado de derecho.
Es un tema cultural que refleja actitudes comúnmente aceptadas. La incivilidad tiene, indudablemente, su origen en enseñanzas que recibimos de aquellos que nos rodean; aunque, a partir de determinado momento, se convierte en una cuestión individual de autoformación. Es absurdo vivir siempre achacándole la culpa al resto por nuestros errores. De esa manera, poco funcionará la sociedad, la política o la economía. ¿La sinceridad, simplicidad, transparencia y rendición de cuentas guiarán nuestro actuar?
Si carecemos de interés por mejorar continuamente, se producirán bienes mediocres y la atención en los servicios públicos y privados será paupérrima. Los gobernantes de cualquier nivel se comportarán delincuencialmente y nosotros seguiremos evitando reconocer que equivocamos el voto. Sin ruborizarnos, alzaremos la voz promoviendo que caiga el gobierno que elegimos libre y democráticamente. ¿La próxima vez evitaremos escoger a improvisados?
¿Asumiremos la autocrítica dejando de lado la complacencia y la condescendencia?
Escrito por
Consultas y colaboraciones a pedrocasusol@gmail.com
Publicado en
arte, música, cine y literatura.