Ni tan tan, ni muy muy
Deténgase un momento y rememore si en su vida cotidiana alguna vez ha “inflado” lo que narra buscando captar la atención de sus interlocutores
Escribe: Alfredo Coronel Zegarra
Corrientemente consideramos que las noticias dramatizan excesivamente las cosas, colocando, en general, el énfasis en los aspectos negativos de los acontecimientos. Los titulares de medios lo comprueban diariamente. Una máxima parece ser que “la sangre y la controversia venden”, y probablemente sea cierto: todos somos cautivados, a veces desmesuradamente, por lo penoso, lo trágico o lo truculento.
No por gusto, desde los albores de la civilización, la exageración viene acompañándonos. Deténgase un momento y rememore si en su vida cotidiana alguna vez ha “inflado” lo que narra buscando captar la atención de sus interlocutores. De ese modo, aunque sea “un poquito nomás”, tendemos a extremar la verdad. La valoración de esto es variable: tildaremos a unos de grandilocuentes y a otros de parcos, y escogeremos escucharlos según el asunto a tratar. ¿Acaso no le atraen las fábulas, novelas y películas que cambian la realidad?
Algo trivial o anodino requiere ser “sazonado” para colocarse en el mercado. La publicidad procura hacernos creer en una historia con la intención de que conduzca nuestros pasos tras el ansiado bien. Es inherente a ella.
Entonces, las alteraciones del contexto forman parte de la naturaleza humana. Las aceptamos, aunque con frecuencia fallamos en reconocerlas. Confundir sentires personales con sucesos verídicos es común. Hoy la virtualidad y la conectividad amplifican su impacto.
¿Y dónde queda, en estas circunstancias, la libre expresión? Seguro dependerá de lo que creamos que es eso. Para algunos será informar objetivamente, es el asunto del vaso medio lleno y del medio vacío; lo exacto es que está a la mitad. Otros considerarán alardear confiando en lograr mayor audiencia. Varios preferirán que solo se notifiquen sus logros y aciertos. Habrá, también, quienes elijan “torcer” los hechos con fines inconfesables. Sin embargo, ¿acaso no representa esta libertad, la capacidad de defender los argumentos contrarios al propio?
En los espacios para ventilar posiciones diversas encontramos objeciones que van desde manifestaciones burdas y bulliciosas de desacuerdo, incluso antes de oírlas siquiera, hasta aquellas manipulaciones sutiles donde le “doy micro” al que piensa como yo en una aparente discusión abierta y democrática. Si cualquiera puede formular ideas, ¿es deseable censurar una opinión porque es distinta a la mía? ¡Como tengo derecho a hablar, impido que aquel con pensamientos diferentes lo haga!
La noción de que el mensajero no es responsable se desdibuja cuando constatamos que es éste el que selecciona qué mensaje entregará y dónde lo acentuará. En consecuencia, la tribuna para poner sobre la mesa variados intereses y motivaciones queda desvirtuada, desmantelándose.
Aceptemos, pues, que tendremos que lidiar con excesos, tendencias, falsedades e intolerancia. Y con eso, decidir qué hacer.
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Consultas y colaboraciones a pedrocasusol@gmail.com
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arte, música, cine y literatura.