Y seremos felices comiendo perdices
Que eternicemos la lectura de libros de autoayuda o iluminación cósmica, oigamos pódcast de “expertos” o famosos que descubrieron rutas de plenitud y flujo ininterrumpidos, dependerá de cada quien
Escribe: Alfredo Coronel Zegarra
Los cuentos infantiles típicos solían terminar con frases similares al título, dando a entender que los protagonistas tendrían vidas largas y provechosas. Simbolizaban, de tal manera, la dicha, resumiéndola como la existencia perdurable y la tranquilidad material para vivirla. Desde hace varias décadas se preparan encuestas para “medir”, usando complejas e intrincadas formulaciones, la felicidad en los países, intentando calcular en qué naciones sus habitantes gozan de esta a plenitud.
De otro lado, algunos usamos la frase “¡Haz lo que te cause alegría!”, más que como un buen deseo, como un eufemismo para que el inoportuno interlocutor siga haciendo lo que quiera y deje de inquietarnos. Y a lo largo de la historia, no se ha llegado a establecer con certeza qué significa, cuánto dura ni qué origina dicho estado; aunque haya sido un asunto que ocupó grandes mentes desde filósofos hasta matemáticos, pasando por religiosos y políticos.
Al final, resultará que se trata de un tema sumamente subjetivo, que obedecerá a tantos aspectos como apreciaciones personales tengamos respecto a lo que nos generaría bienestar. En unos casos se aludirá a aproximaciones espirituales. O tal vez se crea que son atributos materiales los que condicionarán su presencia. Varios diremos que “el dinero difícilmente produce esa satisfacción, sin embargo, permite comprar lo que ayudará a lograrla”.
Así, podrá alcanzarse de distintos modos: cubrir necesidades básicas o realizar actos sencillos como terminar un crucigrama, regar las plantas o participar en amenas conversaciones. También lo será conseguir la buscada vivienda propia o adquirir el último teléfono inteligente. Quizá ni lo uno ni lo otro: lo nuestro es el sacrificio continuo, desvivirnos por el resto o entregarnos a cumplir los deseos ajenos. ¿Cómo saberlo?
Aconsejar sobre esta materia resultará, pues, inútil. Particularmente velaremos por la salud mental propia. Al ser inválidas las comparaciones y siendo los contextos y los caracteres individuales diferentes, de nada servirán atajos, imitaciones o recomendaciones. Lo que le funcionó a mengano puede no hacerlo con zutano. Igualmente, aquello que una vez ayudó, en la próxima circunstancia podría no hacerlo. Que eternicemos la lectura de libros de autoayuda o iluminación cósmica, oigamos pódcast de “expertos” o famosos que descubrieron rutas de plenitud y flujo ininterrumpidos, dependerá de cada quien. ¡Es la naturaleza humana!
La prueba y el error constantes son la norma; poco valor tendrán estudios universales en esta materia. Entonces, evitemos andar desvelándonos permanentemente por obtener esa ansiada sensación. Tarde o temprano llegará y probablemente seremos incapaces de detectar su arribo o determinar sus raíces. Tampoco perdamos tiempo siguiendo guías, tratamientos o procesos que terceros recomiendan. Pero… pensándolo mejor, si eso lo hace feliz, ¡hágalo!
Escrito por
Consultas y colaboraciones a pedrocasusol@gmail.com
Publicado en
arte, música, cine y literatura.