¡Quiero el poder!
En ocasiones hallaremos gente exclusivamente interesada en conseguir provecho personal. Igualmente, sufriremos a quienes deseen perpetuarse en el gobierno, aduciendo querer “salvarnos”
Escribe: Alfredo Coronel Zegarra
¿Alguna vez ha querido tener el poder?... seguro que sí. Ya sea en casa adueñándose del control remoto, en el negocio decidiendo a cuál proveedor comprarle o poniendo en práctica las remodelaciones que soñó en el club departamental.
Normalmente asociamos el “poder” con el accionar político. Y efectivamente, ahí impacta notoriamente. Incursionamos en la actividad partidaria en busca de las posiciones que nos permitan influir en la toma de decisiones de quien gobierna el país, la región o la ciudad. Lograr cambiar las cosas requiere cierto grado de autoridad.
Si tenemos intenciones beneficiosas para la comunidad, alcanzar un lugar en el núcleo de las resoluciones oficiales parece volverse imprescindible. No obstante, algunos desecharemos cargos y satisfaremos dicha motivación por el bien común de distintas maneras: votando conscientemente, cumpliendo los deberes exigidos y ejerciendo decididamente las libertades individuales que nos asisten. ¡Asumimos una ciudadanía activa!
Del mismo modo, en las empresas e instituciones ascender en la estructura organizacional no solo implica buscar recompensas salariales, sino también medios para poner en práctica estrategias propias sobre el funcionamiento del área, la sección o de la compañía en su conjunto.
Este afán es generalmente positivo. Intentamos conquistar puestos de liderazgo para que las condiciones de vida mejoren. Eso es lo habitual. Sin embargo, en ocasiones hallaremos gente exclusivamente interesada en conseguir provecho personal. Igualmente, sufriremos a quienes deseen perpetuarse en el gobierno, aduciendo querer “salvarnos”, tratándose únicamente de otra forma de bribonería y de codicia particular.
Y sea que adquiramos el cargo gracias al mérito, comprensiblemente varios preferiremos encontrarnos en la parte superior, dando las órdenes en lugar de recibiéndolas. Cuidémonos de usarlo opresivamente.
Similares inconvenientes se presentan cuando creemos que debido a que logramos jerarquías específicas ganamos el derecho a una “patente de corso”. Pretendemos llevarnos por delante al resto. Los abusos de aquel que ostenta la condición de dominio son lamentables y simplemente generan desconfianza, recelo y traban las relaciones interpersonales.
Cotidianamente tropezamos con ejercicios dañinos del poder, como al demorar uno o dos días la entrega de los cheques de pago que están en la bandeja, pedir que regrese la próxima semana por la respuesta al trámite ya resuelto o negar la existencia de citas disponibles. Además, están aquellas circunstancias donde siendo funcionarios de alto nivel, nuestras determinaciones causen mayor desorientación.
Así pues, denunciar las arbitrariedades es necesario en cada capa de la sociedad. Es preciso ser sensatos y cautelosos con el estatus que lleguemos a poseer, sea público o privado, y que pueda afectar a pocos o muchos.
Consideremos la frase que Stan Lee hizo decir a su personaje el Hombre Araña: “Todo poder conlleva grandes responsabilidades”.
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Consultas y colaboraciones a pedrocasusol@gmail.com
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arte, música, cine y literatura.